Hoy tengo un ratito para escribir, ordenar ideas y compartir mi aventura de esta semana. Si bien hay muchas otras de los meses anteriores sobre las que también me gustaría reflexionar, hoy toca el evento Blue Zone Forum – Innovazul (https://www.somoseconomiaazul.es/) en Cádiz. 4 horas de tren para responder una de las preguntas planteadas y que me ha llamado especialmente la atención.
El día 21 estaré en una mesa redonda con el precioso título de “Océanos sostenibles: Protegiendo nuestro tesoro común” y junto a otras tres personas intentaremos darle forma a ese tema.
Cuando me llegó la pregunta sobre cuál es nuestra relación con el mar, me vinieron a la mente diferentes mares y experiencias, pero sobre todo la observación de que mi relación ha cambiado tanto a lo largo del tiempo como con respecto a los diferentes espacios y entornos de los mares que he podido conocer. Quiero recoger aquí 4 experiencias diferentes para ilustrar mi relación múltiple con los mares y sus varios componentes.
El mar Mediterráneo es mi mar de adopción. Como inmigrante alemana, afincada en la Costa Blanca, al lado de Benidorm, es claramente el mar al que más cariño tengo y con el que mi relación ha ido cambiando a lo largo de los años.
Cuando hace casi 35 años mis padres decidieron emigrar de Alemania a España y en concreto a esta zona, la imagen que tenía en mi mente de estos lares era la típica de unos noreuropeos que tras conocer el turismo de sol y playa deciden que ese es un sitio mejor que Alemania para vivir. No por la playa, sino sobre todo por una curiosa asociación de ideas de que en España la vida era menos estresante. Mis padres, y muy en concreto, mi padre buscó una mejor calidad de vida. La verdad es que esta historia y sus conclusiones son otro tema y que no voy a explorar aquí, solo lo cuento para poneros en contexto.
Benidorm y alrededores se convirtieron así en mi hogar. Y lo repito mucho, esa zona es mi casa, he tenido la suerte de vivir en otros sitios, pero al final me quedo con la multitud de vivencias que me ha regalado esa comarca.
Durante los primeros años de integración, la playa era el lugar, sobre todo en verano, de desconexión de los estudios, de vacaciones, juego y salidas nocturnas. El resto del año no parecía existir. El primer cambio en mi relación con las playas de Benidorm se dio unos 20 años más tarde. Tras haber vivido en Beijing volví con otra mirada hacia ese hogar y el mar. Disfruté mucho de mi vida en Beijing, pero no puedo negar que la vida allí me hizo apreciar un poco más el mar. En los años posteriores el mar se convirtió en un confidente, donde me encantaba pasear sobre todo en invierno, cuando las playas estaban desiertas y metía los pies descalzos en el agua de la orilla.
En el año 2015 para mí empezó otra etapa. Cuando digo que soy ante todo persona, es porque a partir de ese año me fui haciendo más consciente de la implicación de nuestras acciones sobre el medio ambiente y la sociedad en general. Primero desde la moda sostenible, después a través de la mirada de la Economía del Bien Común, y últimamente incorporando aspectos del ideario regenerativo. Cada vez me planteaba más cómo quería vivir mi vida intentando ser coherente con las pautas que nos ofrecen los diferentes enfoques anclados en el desarrollo sostenible y nuestra corresponsabilidad.
Reconozco que he metido la pata en algunas decisiones, por circunstancias diversas, y porque al final me doy cuenta de que un estilo de vida coherente con estos ideales es un proceso.
En el punto actual y en relación con el título de nuestra mesa redonda, intento estar cada día más agradecida por poder vivir cerca de un tesoro natural que me inspira tanta paz y de cuidar todo lo posible, con una intención de mejora continua, mi impacto en él.
El mar Amarillo fue el mar más cercano a la ciudad de Beijing y mientras viví allí hice alguna escapada a playas y ciudades cercanas. Y la que más me marcó fue Qingdao. A algunos os sonará más como Tsingdao, por ser el lugar de origen de la cerveza china más conocida por aquí. La historia de la cerveza y su relación con Qingdao es una de las razones por las que diferentes imágenes de esa ciudad me han quedado grabadas a fuego ya que hay una curiosa mezcla de arquitectura alemana, china, rascacielos, montes sagrados y playas de arena dorada. Además, donde hay mar, hay marisco.
Tengo una vena sibarita que solo sale a la luz cuando el lugar acompaña y Qingdao acompaña. No es mi intención robarle el sitio a Galicia en el corazón gourmet de muchos, pero os puedo asegurar que solo de pensar en aquella experiencia se me llenan los ojos de lágrimas. En aquella época, año 2008, la mercancía se encontraba fresquita en barreños de colores y se hacía la selección in situ de los especímenes a consumir.
El mar desde esa perspectiva es un tesoro que nos brinda alimento o experiencias gastronómicas gratificantes que nos llenan el estómago y el alma. Pero para ello considero esencial nuevamente un proceso importante. Un proceso de hacernos conscientes de las necesidades de nuestro cuerpo, de los alimentos que nos pueden proporcionar los nutrientes esenciales y de los cambios que eso puede requerir en nuestros hábitos alimenticios, de compra y de consumo.
Aspiro a convertir cada comida en una experiencia tan preciosa como aquellas que viví en Qingdao. Aún no he llegado a ese sitio, pero me parece una meta que en su proceso integra muchos otros componentes, no solo de coherencia sino nuevamente de gratitud y de apreciación por esta aventura de vivir.
El mar Arábigo protagonizó varios momentos de mi viaje a la India en 2016, y las impresiones fueron bien distintas. Pasé por Goa y Mumbai. Goa con sus aires de destino turístico de sol, playa y yoga con mezclas indias, portuguesas y hippies, y Mumbai con su caos en todas las esquinas y una playa que no invitaba al baño. Tampoco necesariamente, la verdad sea dicha, las playas de Goa, pero una tiene curiosidad por explorar y la flora de la zona bien mereció la visita. También todo tipo de fauna, como vacas y perros en la playa (no pude tener una sesión de yoga solitaria tranquila porque atraje a unos 5 perros que decidieron que el mejor sitio para su siesta matutina era mi toalla), cangrejos que salían por doquier, una ranita en mi cabaña y monos y mariposas en bosques y campos que exploraba en bicicleta.
El dolor más grande lo viví en las playas de Mumbai y en especial en la visita a la isla Elefanta donde se pueden visitar varios templos. Como reza una guía de viajes “si alguien tiene ganas de fundirse de verdad con la vida local india, debe irse de excursión a la isla Elefanta, un domingo de buena mañana”. Yo no fui consciente de ese dato en su momento, pero lo vi en cuanto aterricé en la isla.
El turismo masivo indio tiene sus particularidades, me recordó algo al chino, pero con una diferencia importante: la tremenda proliferación de basura, en especial, botellas de plástico que se veían a cada paso. Para mí fue tremendamente doloroso, y recuerdo más esa inundación de plásticos que los templos y estatuas de la isla. Dolor por un lado por ver esa contaminación y por otro lado por la impotencia. Esa impotencia también la siento aquí con respecto a los microplásticos. La vista de botellas de plásticos es más impactante, la existencia de microplásticos invisibles no, pero es un reto que tenemos pendiente.
El mar del Norte lo conocí el año pasado, visitando los fiordos y asombrada ante su geología. Pensar que lo que hoy vemos son formaciones que soportaron el peso de glaciares durante varias edades de hielo a lo largo de millones de años a mí siempre me sobrecoge. Otro descubrimiento que hice y del que no fui muy consciente con anterioridad fue la historia de la explotación de petróleo y de gas en ese mar, la extensión de la zona económica exclusiva de Noruega y la influencia de estas dos variables en la vida de los noruegos. En el museo del petróleo de Stavanger se podía ver un corto, relatado de forma muy cercana y personal, del año 2016 en el que se representan muchas de las capas de esa historia.
Concluyendo, mi relación con el mar está compuesta de muchas vivencias y variables. Considero ante todo que tenemos en este planeta y en sus mares una combinación de fenómenos que por sí solos y en su conjunto a mí me provocan una profunda reverencia. Quiero pensar que a la mayoría de personas los mares les provocan sensaciones y emociones parecidas y quiero pensar y espero que esas sensaciones puedan convertirse en nuestra guía a la hora de relacionarnos con esos entornos naturales.
El sobrecogimiento a veces se puede confundir con tristeza y en otras ocasiones sentir algo tan profundo puede hasta parecer molesto, para que esas sensaciones positivas puedan guiarnos es importante sentirlas y parar de vez en cuando para replantearse acciones y decisiones. Estoy segura de que esas acciones nuestras pueden ser inspiradas por las que veremos estos días en Cádiz, pero corresponde a cada uno andar su propio camino y dejar una huella positiva.