¿Has comido ya?

En China existen expresiones para decir “hola” y “cómo estás” que son una traslación directa de las expresiones que tenemos en Occidente, pero el saludo más genérico y auténticamente chino es el de “¿has comido ya?”.

Como en tantas partes del mundo la gastronomía es un patrimonio cultural de tremendo valor, pero también sabemos que alrededor de nuestra nutrición se están generando retos con un impacto directo en el desarrollo sostenible. Una de las cuestiones más interesantes analizadas es la de la sindemia de la obesidad, la malnutrición y el cambio climático. El término “sindemia” se aplica a la coexistencia de varias pandemias que se retroalimentan entre ellas.

Veamos cuál es la interconexión entre estas tres epidemias. Uno de los mayores desafíos consiste en proporcionar dietas saludables de sistemas alimentarios sostenibles a todas las personas del planeta. En números, esto significa que más de 820 millones de personas todavía carecen de alimentos suficientes, pero muchas más personas consumen dietas de baja calidad o incluso demasiados alimentos. No obstante, considero que el dato más preocupante es que una nutrición deficiente constituye un mayor riesgo a nuestra morbilidad y mortalidad que la suma de las prácticas sexuales sin protección, el alcohol, las drogas y el tabaco, como especifica el informe “Alimentos, Planeta, Salud” elaborado por la comisión que ha analizado esta sindemia. En lo que se refiere a la salud del planeta, de nuevo, recae en la producción de alimentos un peso enorme al ser el mayor impulsor de degradación medioambiental.

Cuando se analizan este tipo de interacciones y los cambios que son necesarios para llegar a un equilibrio de salud personal y planetaria, la mirada va en la dirección de todos los agentes involucrados. Y está claro que las acciones necesarias deben iniciarse en diferentes niveles, desde lo político hasta en el cambio de hábitos de cada una de nosotras. Es más, este es el caso de cualquiera de los retos relacionados con el desarrollo sostenible.

Pero, ahora que estamos aquí con este tema, detengámonos un momento para identificar lo que cada persona en su vida puede hacer. En primer lugar, ¿tenemos claro lo que significa tener una alimentación saludable para nuestro cuerpo y para nuestro planeta? Este es el objetivo 1 que recoge el informe “Alimentos, Planeta, Salud”:

“Las dietas saludables tienen una ingesta calórica óptima y consisten principalmente en una diversidad de alimentos de origen vegetal, bajas cantidades de alimentos de origen animal, contienen grasas insaturadas en lugar de saturadas, y cantidades limitadas de granos refinados, alimentos altamente procesados y azúcares añadidos.”

Y para facilitarnos la tarea nos proporcionan una tabla con los posibles rangos en la página 10.

Siguiente paso, ¿qué tenemos en nuestra despensa? ¿qué debemos sustituir o eliminar y cómo empezamos a modificar nuestra compra y nuestros hábitos alrededor de la alimentación? Uno de los puntos fundamentales en cualquier cambio de hábito es tener todo lo que sí es bueno al alcance de la mano. Es decir, si conseguimos no comprar lo que no es saludable, modificaremos nuestro hábito “por narices”.

Estos son algunos ejemplos de platos saludables y creativos para inspirarnos. Sin duda, otro importante paso, aparte de la voluntad, es nuestra creatividad. La ingesta de alimentos es primordial para la supervivencia, es una necesidad primaria, pero también va muy asociada al disfrute y al placer, al menos, en nuestras civilizaciones que tenemos la gran mayoría de estas necesidades cubiertas. Es importante deshacer la asociación de ideas entre alimentación saludable y sacrificio; no lo es ¡pongamos en marcha nuestra imaginación!

Referencias externas:

Informe “Alimentos, Planeta, Salud”:

https://eatforum.org/content/uploads/2019/01/Report_Summary_Spanish-1.pdf

Informe completo de la comisión de The Lancet sobre la sindemia de la obesidad, malnutrición y cambio climático (en inglés): https://www.thelancet.com/action/showPdf?pii=S0140-6736%2818%2932822-8

Artículo escrito para la Revista digital Con la A, nº 75 mayo 2021, https://conlaa.com/has-comido-ya/ | Imagen extraída del Informe

Crecimiento

Calculo que en lo que llevo de año he crecido 5 centímetros… o incluso 10… lo que pasa es que no es perceptible hacia fuera ya que se trata de un crecimiento interior. Creo que se podría medir en las nuevas neuronas generadas por mi hipotálamo o las nuevas sinapsis entre las ya existentes. De momento, se quedará en una hipótesis, lo único que tengo claro es esa sensación subjetiva y, en todo caso, los números objetivos representados por las personas comprometidas e inspiradoras que he conocido en este tiempo.

La palabra “crecimiento” en relación con el desarrollo sostenible tiene mala fama, ya que el crecimiento demográfico y el crecimiento económico han venido acompañados en las últimas décadas de consecuencias nefastas para el planeta. Pero quiero creer que hay muchas formas de crecimiento y alguna, como la que acabo de describir, con efectos positivos para mí, para mi entorno e incluso el planeta.

Y, en este mes del día mundial de la mujer, hay un tipo de economía al que quiero llevar nuestra atención que es la llamada economía del cuidado que aún tiene mucha necesidad de crecer.

Oxfam lleva algunos años publicando informes en la víspera del Foro de Davos para llamar la atención sobre desigualdades que requieren intervención para un mundo digno para todas las personas. En su informe del año pasado, nos da algunos datos interesantes: “A nivel global, las mujeres realizan más de tres cuartas partes del trabajo de cuidados no remunerado, y constituyen dos terceras partes de la mano de obra que se ocupa del trabajo de cuidados remunerado. Las mujeres dedican 12.500 millones de horas diarias al trabajo de cuidados no remunerado, lo cual equivale a que 1.500 millones de personas trabajen ocho horas al día sin recibir remuneración alguna”.

En resumidas cuentas, regularizando estos cuidados y dándole el valor que se merece ese trabajo podríamos contar con un crecimiento económico a favor del desarrollo sostenible, muy positivo en su esfera social y con pocos cambios en lo que respecta al impacto en la esfera medioambiental dado que estos trabajos ya están realizándose. Y lo que es más, es un mercado que está aún por crecer más, lo que se indica en ese mismo informe, y según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en 2050 habrá 100 millones más de personas mayores y 100 millones más de niñas y niños de entre 6 y 14 años que necesitarán atención y cuidados.

Un gran ejemplo que va aún más allá de eso es la organización neerlandesa Buurtzorg, que proporciona cuidados sanitarios en su comunidad empoderando a sus empleadas y a las personas que atiende a través de una forma de trabajar “innovadora”. Su lema es “Humanidad antes que burocracia” y se basa en principios que propician el crecimiento humano y las relaciones de confianza entre las personas. Es además una empresa abierta a compartir su modelo con cualquier entidad interesada para así hacer crecer el bienestar de más personas.

Hay mucho margen de crecimiento en el desarrollo sostenible, tanto como personas.

Referencias externas:

Artículo escrito para la Revista digital Con la A, nº 74 marzo 2021, https://conlaa.com/crecimiento/ | Imagen de Jamie Taylor en Unsplash

Bienestar personal, comunitario y global

Como os comenté en el anterior artículo, cuando hablo de desarrollo sostenible, suelo hacer referencia a menudo a los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la Agenda 2030 de Naciones Unidas; no obstante, está claro que alrededor de este concepto, tan central y necesario para crear un mundo mejor, se aglutinan muchísimos más conceptos e iniciativas. Y lo que es más, muchos se han puesto como fecha tope el año 2030.

Una de estas iniciativas es la de la brújula del aprendizaje. Cada día parece más obvio que aprender no es solo cuestión de los estamentos formales de la educación, sino que es una cuestión que se está convirtiendo en el pan nuestro de cada día. El aprendizaje a lo largo de la vida es una prioridad y se está convirtiendo ya, por sí solo, en un hábito ineludible durante estos meses de cambios.

Y ya que estamos integrando este nuevo hábito en nuestras vidas, puede resultar interesante añadir una capa de aprendizaje más, para contribuir entre todas al desarrollo sostenible, pero también para avanzar en nuestro bienestar personal. Soy de la firme convicción que el desarrollo sostenible y el bienestar personal son dos conceptos que deben ir de la mano. También lo es para la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) que a través de su iniciativa de la brújula del aprendizaje para el 2030 intenta darnos pistas y pautas para llegar a conciliar el bienestar personal, comunitario y global.

La metáfora de la brújula se usa con el fin de enfatizar que cada persona debe aprender a navegar independientemente y apoyándose en sus competencias en este mundo complejo. No obstante, nadie estará nunca solo en ese camino, es más, nuestra vida no es concebible como seres aislados de una comunidad que nos arropa, y contamos con muchas competencias tanto para avanzar en nuestro proceso personal como para ser parte de un sistema humano. Ese sistema humano a pequeña escala, es decir, la familia, se irá agrandando conforme crecemos y en el siglo XXI las características del sistema humano compartido en el que vivimos han adquirido una escala global.

Esa globalidad no nos debe asustar, conlleva grandes oportunidades, pero sí debemos hacernos más conscientes de nuestras habilidades personales y sociales que todas tenemos y que podemos poner en práctica a pequeña escala y, de ahí, transferirla a la gran escala.

Veamos un pequeño ejemplo para dar los primeros pasos. En primer lugar, hay que tener claro que cuando hablamos de competencias se hace referencia a nuestro conocimiento, a nuestras capacidades y a nuestra actitud y los valores subyacentes que nos guían en la vida. De entre las competencias que destaca esta brújula, se encuentra la de reconciliar tensiones y dilemas.

Sin duda no es nada nuevo, lo hacemos a diario, tomamos decisiones, elegimos entre opciones, establecemos nuestras prioridades. Ahora bien, lo hacemos casi inconscientemente, por lo que un primer paso siempre consiste en parar un segundo y darnos cuenta. En este caso, mientras leéis estas líneas, ¿podéis traer al presente algún momento en el que os decidisteis por una opción, en el que llegasteis a un compromiso con otra persona? ¿Cuáles fueron algunos de los elementos que os ayudaron?

La creatividad, encontrar soluciones diferentes o probar un comportamiento nuevo pueden ayudarnos, por ejemplo. También, en caso de implicar a otra persona, la empatía, intentar ver el mundo desde otra perspectiva nos pueden hacer las negociaciones más llevaderas.

En resumidas cuentas, en nuestro día a día ponemos en práctica estas competencias y muchas más para crear un clima agradable, para nuestro propio bienestar y el de nuestros seres queridos; una vez descubiertas estas habilidades y cómo nos ayudan a estar mejor, llega el paso de agrandar el círculo, de tomar decisiones y elegir opciones que nos beneficien a todas las personas y al planeta. Pueden ser pequeños hábitos en nuestra rutina, en nuestras compras, o alguna hazaña algo más grande, como ser voluntarias en una ONG; la cuestión es integrar una mirada de equilibrio entre el bienestar personal, comunitario y global y acoplar nuestras decisiones con creatividad y empatía.

Artículo escrito para la Revista digital Con la A, nº 73 enero 2021, https://conlaa.com/bienestar-personal-comunitario-y-global/ | Imagen de Jamie Street en Unsplash

Cambiar el mundo

Llevo unos cuantos años con la idea de cambiar el mundo, pero he empezado estos meses a replanteármelo. Por muchos y varios motivos, tanto conceptuales y teóricos como prácticos y muy personales.

En lo que se refiere a lo conceptual, me estoy preguntando ante todo qué significa realmente cambiar y qué es esto del mundo. Para ponernos en marcha con esta tremenda tarea, habrá que definir primero de qué hablamos. Y creo de hecho que es esencial hacer ese ejercicio y, ante todo, poner nuestras conclusiones en común ya que para mí cambiar puede significar algo y cómo entiendo el mundo no es necesariamente cómo lo entiende otra persona.

Cambiar, entiendo yo, es modificar, transformar algo, principalmente porque, tal y como está, consideramos que tienen algunos fallos y necesita una mejoría. Bueno, parece que estamos más o menos de acuerdo que actualmente en el mundo hay asuntos que necesitan una reforma. Ahora bien, si observamos el mundo con los ojos de intelectuales como Ola Rosling, Hans Rosling o Steven Pinker, nos daremos cuenta de los enormes avances que hemos vivido a nivel global y que en términos generales vamos bastante bien. Thomas Picketty nos dará una visión escalofriante sobre las desigualdades económicas. Y Daniel Kahneman o Nassim Taleb nos dirán que hay que tener cuidado con las predicciones de los expertos ya que suelen acertar más mirando hacia atrás que hacia delante. Todo esto sin duda son generalizaciones de estudios profundos y en los que vale la pena sumergirse para ampliar nuestra visión. Dejo una línea aparte para Yuval Noah Harari, cuyos libros (Homo Sapiens y 21 lecciones para el siglo XXI) me produjeron varios momentos de revelación, pero aún no me he atrevido con Homo Deus… Pero hay muchísimas más voces, muchísimas, en esta era de la información, y considero que es importante escucharlas todas para tener una perspectiva del espectro global.

La Agenda 2030 de las Naciones Unidas que lleva por título “Transformar nuestro mundo” y presenta una serie de 17 objetivos que se consideran esenciales para cambiar el mundo

Pero no es lo que voy a hacer aquí. Aquí solo quiero darle sentido a aquello de “cambiar el mundo” desde mis reflexiones y experiencias de estos meses, de cambios y nuevas normalidades, pero en las que confluyen evidentemente también los años anteriores vividos. Cuando pienso en cambiar el mundo, se me plantea por tanto la duda acerca de qué partes del mundo son las que exactamente hace falta cambiar. Tenemos en la actualidad una agenda mundial, la Agenda 2030 de las Naciones Unidas que lleva por título “Transformar nuestro mundo” y presenta una serie de 17 objetivos que se consideran esenciales para cambiar el mundo. Es sin duda un buen principio. No solo son objetivos globales, además se hace un seguimiento con indicadores y hay un plazo, hasta el año 2030, para cumplirlos. Es una agenda que sigo con atención y que considero puede ser catalizadora para transformar el mundo. Pero también lo son los cambios que está trayendo esta pandemia global. Tanto la planificación organizada y exhaustiva como los imprevistos súbitos tienen el potencial de generar cambio. Y esto es algo que debemos tener muy presentes si nos hemos propuesto ser partícipes en esto de cambiar el mundo.

Y esto es algo que se me suele olvidar en mi propia vida. Lo de los imprevistos. Yo soy muy de organizar y planificar, de apuntar y definir estrategias. Pero este año me topé con un imprevisto, mi propia vida interior oculta. Si bien, en general, suelo ser también muy flexible y adaptarme con facilidad a nuevas circunstancias, esta vez aquellas sombras que tenía bien guardadas en la oscuridad me han obligado a parar y a replantearme no solo qué significa cambiar el mundo, sino por qué razones me he metido en ese berenjenal. Voy a empezar por las razones, sin ser exhaustiva, y luego compartir mi idea de lo que significa cambiar el mundo.

¿Por qué me he metido en este berenjenal? Ay, ahora podría contaros lo tremendamente sensible y comprometida que he sido siempre, mi elevada moralidad y mis altísimos estándares de justicia… que supongo que existen, sin embargo, también mis sombras me han llevado a meterme aquí. Una de ellas es mi excesivo sentido de la responsabilidad. Desde la teoría de indefensión aprendida, en mi caso, estamos hablando de que tengo en realidad un estilo atribucional positivo, pero lo tengo no solo para los hechos positivos sino también para los negativos. Es decir, en cualquier situación me considero responsable del resultado final… y claro, llega un momento en el que se hace evidente que no, no todo depende de mí, pero soltar ese control y darme cuenta de que no soy superwoman duele. Y esta vez mucho, porque había empezado a plantearme realmente que podía cambiar el mundo. 

Además, me topé con otra visión que ya había mirado alguna vez de reojo, sin hacerle demasiado caso. Considero que como seres humanos con este cerebro tan especial hemos ido creciendo desarrollando mecanismos de supervivencia para adaptarnos al medio y a las situaciones que nos ha tocado vivir. Evidentemente no soy la única que lo dice, en psicología se estudia y se analiza desde diferentes enfoques y el psicoanálisis lleva un tiempo determinando los mecanismos de defensa existentes. Uno de ellos es el altruismo. Sí, como seres sociales y empáticos, somos también altruistas, pero ese altruismo no siempre va a ser una tendencia sana, puede ser también patológica e incorporar una serie de conflictos que al final, si estamos dispuestas a mirarlos más de cerca, nos pueden dar pistas sobre comportamientos compensatorios que nos producen malestar y que no son sanos para nosotras ni para las demás personas.

Kate Raworth define el mundo como el donut, entre los fundamentos sociales y las limitaciones medioambientales que debemos tener en cuenta

Conforme se me iban acumulando frustraciones y malestar, comenzaba a plantearme apartarme de esa senda y vivir una vida “normal”, de esas de un trabajo cualquiera solo por dinero y sin pensar demasiado, de estarme calladita cuando se atentaba contra la dignidad humana de alguna persona… ya, pero tampoco podía. Así que, aquí estoy, dándole otra vuelta a ese concepto para que no quemarme, pero sí aportar un granito de arena. No podía, porque supongo que tengo por ahí una convicción profunda: de que este mundo puede ser un grandioso lugar para todos. Kate Raworth define ese lugar como el donut, entre los fundamentos sociales y las limitaciones medioambientales que debemos tener en cuenta, un lugar donde se dan las condiciones para una vida digna y justa para todas las personas, todos los seres y el planeta.

Por tanto, más que cambiar el mundo, empiezo a tomármelo como una participación en la co-creación de condiciones de vida digna, poniendo especial atención en no asumir demasiada responsabilidad, aceptando y adaptándome a los imprevistos, escuchar y hablar para sembrar, aprender siempre para evitar daños colaterales, y comprendiendo que en realidad solo me puedo cambiar a mí misma.

Artículo escrito para la Revista digital Con la A, nº 72 noviembre 2020, https://conlaa.com/cambiar-el-mundo/ | Imagen de Elena Mozhvilo en Unsplash

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